martes, 8 de febrero de 2011

La lección de Marquitos




Cada uno de nosotros, alguna vez, hemos pensado que la vida no nos trata todo lo justamente que merecemos. Nos sentimos desilusionados con lo que recibimos por parte de la sociedad en la que estamos instalados, y tendemos a compararnos constantemente con lo que podríamos definir como “nuestros modelos de felicidad”. Esos modelos, idealizados, tienen aquella o aquellas cosas que nos encantaría obtener o poder sentir. ¿Por qué ellos pueden tener todo eso y yo no? -pensamos-, y nos dejamos inundar por una manifiesta sensación de malestar, sin tan siquiera levantar la vista de nuestro propio ombligo. No percibimos lo pernicioso de esas comparaciones, sesgadas hasta la náusea, con las que sólo pretendemos darnos lástima a nosotros mismos. Yo fui, otrora, asiduo de esas comparaciones, en las que consideraba el mundo y la vida cual escenarios regidos por una justicia universal. Si yo actuaba bien, ¿por qué no recibía una vida plenamente feliz? Porque mi visión del mundo era una absoluta patraña. 
Descubrí que el mundo es hostil, duro, áspero como el papel de lija. Y sin embargo, siempre hay ejemplos que te hacen replantearte tu escala de valores, y te enseñan que lo que tú consideras injusto quizá no lo sea tanto. Os contaré un caso cercano.

     Marquitos, de doce años de edad, nació a los siete meses de gestación porque su madre, de diez y siete años, era consumidora de drogas desde los doce. El pobre se acostumbró a las contínuas dosis de heroína que recibía por su cordón umbilical y llegó al mundo con síndromé de abstinencia. Tras pasar más de un mes en la incubadora debido a su inmadurez, fue entregado a su madre, que se encontraba en pleno tratamiento de desintoxicación. A día de hoy, todavía espera noticias de su padre. Cinco meses despúes de su salida del hospital infantil para reencontrarse con su madre, tuvo que ser llevado a un centro tutelado tras no recibir el cuidado que todo niño necesita. Allí estuvo hasta los dos años y medio, momento en que unos familiares decidieron hacerse cargo de él. Y así pasaron los años, y Marquitos se fue criando mientras veía cómo su madre se destrozaba día a día y  gramo a gramo. Y no sólo eso, vio como en ningún momento se interesó por él. Poco a poco, el pequeño Marcos fue experimentando el resultado de la falta de límites y cuidados que había marcado su corta vida. Comenzó a tener problemas de conducta, con múltiples peleas, robos e incluso un intento de ahogamiento y acuchillamiento. Por aquel entonces, con 8 años, Marquitos se enteró de que su madre, en pleno “mono” de heroína, había muerto atropellada por un camión en un camino de tierra de uno de los principales poblados marginales de la ciudad.

     Y al final se llegó a un punto en que Marquitos era ingobernable y tuvo que volver a ser internado en varios centros para chicos con problemas graves de conducta. Y allí le conocí yo, y allí le veo cada día. Él sabe que siempre voy a estar a su lado, para darle el cariño que necesita, pero también para ser firme y duro y poner límites a su violencia. Y lo agradece a su manera. Nunca reconocerá que le importo, pero cada mañana nada más levantarse viene buscando un abrazo que le haga sentir un niño más por un momento. Sufre lo indecible, pero nunca le he visto llorar, nunca le he visto quejarse y nunca le he visto maldecir el infierno que le ha tocado vivir.
     Se que para cada uno su vida es lo único que cuenta, incluído para mí. Pero, ¿cómo le cuento yo a Marquitos que no estoy contento con la vida que llevo? Simplemente no puedo.

6 comentarios:

  1. situaciones así me hacen llegar a la misma conclusión que tú, pero al día siguiente se me olvida y vuelvo a convertirme en la alimaña egocéntrica que soy. Un petó

    Neus

    ResponderEliminar
  2. Neus, a mí me pasa igual. Es inevitable. Al final cada uno vivimos nuestra vida, y ésa es la que sufrimos. Sin embargo, cosas como las que cuento sí me dan que pensar bastante a menudo. He contado una historia triste, pero veo muchas, y a mí sí que me sirven para valorar más lo que tengo.

    Otro beso para ti,

    ResponderEliminar
  3. Lo triste es que el considera su historia como lo normal..

    Solo puedo decirte que no te lleves a casa la triste historia de ese ninio, sino la alegría que a pesar de todo, te regala cada maniana...

    ResponderEliminar
  4. Claro, lo que dices es muy importante. Hay que guardar la distancia y vigilar el nivel de implicación, si no al final uno acaba mal, con mucho desgaste...

    ResponderEliminar
  5. Me ha encogido el corazón, pero...¿Que podemos hacer? Hay tantos casos similares e incluso peores que no salen a la luz. Afortunadamente (y digo afortunadamente porque si no fuera así no podríamos vivir) esta sociedad nos ha inmunizado contra todo tipo de sufrimiento que no sean los propios o los de nuestros más allegados, pero son unas historias tan tremendas que a nivel personal han reforzado mi convicción de que no hay dios.
    Saludos.
    José

    ResponderEliminar
  6. Hay determinadas situaciones que hacen que todo se tambalee: creencias religiosas, morales, personales, convicciones que parecían firmes, etc. Inmunizarse no es malo, es plenamente adaptativo. De lo contrario, tal y como dices, no habría posibilidad de ser feliz. Un saludo.

    ResponderEliminar