domingo, 6 de febrero de 2011

Cuenta atrás hacia el odio

Vengo observando con gran atención todo lo relacionado con la revuelta aperturista de Egipto, con la ciudad de El Cairo y la Plaza Tahrir como bastiones fundamentales. Tras unos primeros días de concentraciones pacíficas, el “Presidente” Hosni Mubarak decidió poner fin a esa tensa calma lanzando a sus grupos de matones, camuflados de manifestantes. La violencia se apoderó de cada rincón y comenzamos a ver escenas escalofriantes: disparos contra la multitud, jinetes con látigos y cadenas, linchamientos brutales y un sinfín de comportamientos imposibles de justificar desde el punto de vista racional. Llegados a ese momento, siempre se escuchan desde la prensa voces desconsoladas que se preguntan cómo el ser humano puede llegar a comportamientos como éstos.
Por desgracia, la respuesta no es -a priori- tan complicada. El sustrato de estas conductas lo compone nuestra propia evolución filogenética. Aunque a todos nos encantaría pensar que el hombre es un ser bueno por naturaleza, lo cierto es que no es así. Es más, estamos biológica y culturalmente preparados para ser violentos y alentar el mal. No hay más que dar un breve repaso a la Historia Universal para corroborar este hecho. En ese sentido, tenemos constancia de que el ser humano es capaz de utilizar la violencia de diversas formas, entre las que se podrían distinguir principalmente tres: ataques contra indivíduos aislados, contra pequeños grupos y de forma masiva. Esta última es la forma de proceder que ha sido empleada en Egipto, y es sin duda la más peligrosa. 

   Podemos definir la violencia masiva como aquella que se produce de manera sistemática contra un determinado grupo de individuos. Suele tomar, por tanto, la forma de un ataque generalizado hacia un colectivo social en concreto, que en el caso de Egipto ha sido el de los detractores de Mubarak. Una posible explicación de esta violencia masiva es un concepto poco estudiado pero muy importante: el odio. Charles Darwin defínió el odio como una emoción producida por el desagrado hacia una persona que nos ha producido un daño intencionado. Otros, señalan que el odio se caracteriza más por la visión que se tiene del causante del daño, al que se considera un ser maligno contra el que hay que actuar y al que se tiene que hacer sufrir.  
   Aunque por el momento lo ocurrido en Egipto se explique mejor en base al intento de Mubarak de recuperar el poder perdido, no debemos perder de vista la variable odio como factor modulador de la evolución temporal del conflicto. En la medida en que este último se prolongue en el tiempo, el odio cobrará cada vez una mayor importancia relativa, hasta convertirse en el aspecto explicativo fundamental de los acontecimientos futuros.
Por tanto, ante la falta de un consenso interior, es importante un posicionamiento internacional que ayude a facilitar una salida rápida y exitosa del conflicto actual, antes de que el odio acumulado genere dos bandos revanchistas dispuestos a causar daño a la otra parte en cuanto surja la mínima oportunidad. No debemos olvidar que en todas las sociedades existe siempre una minoría dispuesta a actuar violentamente. Esas minorías sólo necesitan la ración de odio suficiente para obtener una legitimación psicológica de la irracionalidad de sus actos. El tiempo corre, ¿seremos lo suficientemente rápidos para evitar la victoria del odio?

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