domingo, 20 de marzo de 2011

Sufrimiento a la japonesa

Tras mucho tiempo sin escribir nada por lo ajetreado de mi día a día, vuelvo a dar rienda suelta a mi teclado y mis tonterías. Lo cierto es que nada relevante ha ocurrido desde que escribí mi última entrada -al menos que pueda ser contado en un blog-. Quizá lo más destacable haya sido el hecho de reencontrarme con diversos amigos a los que hacía mucho tiempo que no veía o leía. Uno de ellos, japonés, me estuvo relatando vía mail cómo había vivido el terrible terremoto ocurrido el pasado 11 de marzo. 
     Me contó que acababa de bajarse del metro de Tokio, y que, de repente, sintió el gran temblor. Pensó que el techo de la estación se iba a derrumbar sobre su cabeza, y se sintió “profundamente mal”, según sus propias palabras. Vio personas correr y personas tiradas en el suelo. Vio cómo las lámparas oscilaban, y al levantar la cabeza, observó ese mismo vaivén en rascacielos de considerable altura.  Me confesaba que era la primera vez que un terremoto la había provocado un malestar real. Trató de contactar con sus familiares a través de su teléfono móvil para conocer el alcance de lo ocurrido, pero le fue imposible, pues las las líneas, aunque operativas, estaban colapsadas. Intentó utilizar los teléfonos públicos, pero una larga y ordenada fila de personas hacía cola delante de cada uno de ellos. Trató de contactar con sus familiares vía sms, pero su Iphone se quedó sin batería. El metro no funcionaba, y los autobuses públicos estaban colapsados, así que tuvo que regresar andando a casa desde una considerable distancia. Por el camino, vió los efectos del terremoto en aceras y carreteras. Cuando por fin pudo llegar a casa, comprobó que su familia estaba bien y quedó tranquilo, no sin antes comprobar que su equipo de emergencia ante terremotos funcionaba correctamente.

     Todo lo que me contó me dió que pensar. Me imaginaba a mi mismo en una situación semejante, y creo que, incluso con el paso de los días, me resultaría imposible escribir sobre un momento tan peligroso desde un punto de vista emocionalmente tan neutro. Esto me hizo recordar algunas cosas que leí años atrás sobre las diferencias culturales entre los países orientales y occidentales en lo relativo a expresión de “dolor” y emociones diversas. 
Una de las principales diferencias, viene dada por la mentalidad colectivista que rige las sociedades orientales, y que otorga mayor importancia al grupo que a la individualidad de sus miembros. En un momento como éste, lo importante para los habitantes del país nipón no es el bienestar del individuo, sino del grupo. Si a eso le unimos su creencia de que las emociones negativas perjudican a las personas de su alrededor -pues transimiten energía negativa- tenemos como resultado una reacción emocionalmente escasa ante un suceso tan magno.

     ¿Significa esto que los japoneses no sienten dolor? Rotundamente no. De hecho actualmente no dejan de sufrir, pero lo expresan de una forma completamente privada. No veremos sus gritos ni sus llantos en televisión, pues la mentalidad japonesa considera que expresar esas emociones en público sobrecarga a las personas cercanas, pues le obliga a lidiar con el dolor propio y ajeno, asumiendo una doble carga. Esta forma de gestionar sentimientos, choca frontalmente con el modelo occidental de gestión de emociones en situaciones de crisis y catástrofes, en el cual la “ventilacion emocional” y el apoyo en los demás son dos de los pilares fundamentales de toda intervención. 
Esto me ha hecho preguntarme entonces sobre la prevalencia de procesos depresivos en la población japonesa con respecto a la europea. Tras buscar la información, he podido comprobar que en Japón se da un mayor número de casos de depresión que en nuestro continente, si bien en una proporción no suficientemente significativa como para achacarlo necesariamente a la diferente forma de afrontar duelos y catástrofes, y más si tenemos en cuenta el estresante estilo de vida de la sociedad japonesa a todos los niveles.
Por tanto, a día de hoy y en contra de lo que a priori pueda parecer, los estudios no han conseguido demostrar que el modelo emocional oriental sea disfuncional con respecto al europeo (y digo europeo y no occidental debido a que la gestión de emociones en países anglosajones tiene ciertas peculiaridades que bajo mi punto de vista la situarían en otro grupo aparte).
Creo que, en definitiva, el hecho de que expresar sentimientos sea o no sano lo marca la propia cultura. Para nosotros es bueno expresar emociones porque la sociedad no sólo nos permite hacerlo, sino que además espera que lo hagamos. Esto no ocurre en países asiáticos, pues como explicaba líneas arriba su cultura lo penaliza explícitamente.
     No sabemos si nuestro modelo es más adecuado o no, pero, por desgracia, quizá ahora tengamos una buena oportunidad para comprobarlo. Ánimo Japón.