domingo, 13 de noviembre de 2011

No perdáis la sonrisa

     Cansado de tanta trascendencia vital durante la semana (y en parte para compensar entradas anteriores), quiero que la publicación de hoy sea en clave de humor. Por ello, y sin más dilación, os dejo por aquí unos cuantos monólogos con los que me he reído últimamente.


     Empecemos con un grande, de la cabeza a los pies (nunca mejor dicho): Ernesto Sevilla.




     En segundo lugar voy a poner un monólogo de David Guapo. Un tipo gracioso.




     Ahora le toca a Goyo Jiménez y "Los americanos". De mis preferidos.




     Segunda parte:




     Tercera:




     Los siguientes vídeos no son monólogos, pero en mi opinión son sublimes, sobre todo el primero:




     Y por último, un Celebrities de Ferrán Adriá:




     Espero que por lo menos hayáis pasado un rato divertido viéndolos, tal y como yo he hecho. La vida es más fácil con un ratito de risa al día.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Simplemente música.

La entrada de hoy en el blog no tiene mayores pretensiones que la de compartir con vosotros una serie de canciones musicales que no sólo me gustan, sino que son o han sido importantes para mí a lo largo del tiempo, por diversos motivos.

       El primer autor que os quiero enseñar es Nacho Vegas. Es uno de esos cantantes cuyas canciones esconden unas letras elaboradísimas(a la altura de los mejores en esto), y en las que me veo reflejado con mayor frecuencia de la que me gustaría. Cualquiera que haya escuchado a Nacho Vegas y conozca la temática de sus caciones entenderá mi última frase. A pesar de que me resulta muy difícil seleccionar sólo una canción-si tenéis oportunidad escuchad todas- voy a elegir una titulada “Crujidos”.






       El siguiente tema lo conozco desde hace poco tiempo. Es una canción que resulta importante para un buen amigo que está pasando por algunas dificultades que yo se que va a superar. Se la dedico a él. ¡Ánimo fiera!






       A continuación, os voy a pedir que escuchéis esta canción de “Love of Lesbian”, titulada “Incendios de nieve”. Es otro de esos grupos que yo creo que hay que observar con mucha atención, pues tiene canciones excelentes como “Allí donde solíamos gritar”, “Segundo asalto”, “Domingo astromántico” o “1999”, por seleccionar algunas. No sólo su música es buena, sus videoclips me parecen, con diferencia, los mejores que se hace actualmente en España. Casualmente la canción que pongo aquí no tiene videoclip, por desgracia.




       Una última canción más. Decía justamente unas líneas arriba que me resultaba muy difícil seleccionar sólo una canción de Nacho Vegas, y tan complicado me parece que para terminar esta entrada musical os voy a recomendar otra: “Morir o matar”. Ahí va.






Espero que os haya gustado.

domingo, 28 de agosto de 2011

Ladran, pero...¿cabalgamos?

Desde hace unos meses, tengo la sensación de estar entrando en una inercia vital con la que no estoy en absoluto conforme. Compagino trabajos, repito rutinas y simplemente veo pasar los días en el calendario, sin un objetivo fijo ni una dirección determinada. Siempre he tenido, desde niño, la mala y pragmática costumbre de encaminar todo lo que hago hacia un fin concreto. Me marco plazos y etapas que me permiten ir avanzando, y trato de cumplirlos. 
Ahora mismo no hay nada de todo eso en mi vida. Todo avanza, pero yo estoy quieto. No veo posibilidad de mejorar lo que tengo y lo que no tengo. Y me quejo por ello, quizá demasiado, o eso dicen los que están conmigo, que me ven como a un privilegiado a nivel laboral (aunque diste mucho de serlo). A día de hoy, ser joven y tener trabajo precario es toda una conquista. Conquista cuyo estandarte es un mísero número en la cuenta bancaria a final de mes, del que debería estar orgulloso, y que a mí por lo general me produce decepción y a veces risa. Ya se que hay personas que ni siquiera tienen esto, pero no es algo que personalmente me sirva de consuelo, así que podemos omitirlo. 

    Y a día de hoy, poco más tengo que decir.


PS:  Gracias a los que me soportáis. Gracias Patri por todo lo que haces por mí, aunque a veces no llegues a ser consciente de ello.

domingo, 20 de marzo de 2011

Sufrimiento a la japonesa

Tras mucho tiempo sin escribir nada por lo ajetreado de mi día a día, vuelvo a dar rienda suelta a mi teclado y mis tonterías. Lo cierto es que nada relevante ha ocurrido desde que escribí mi última entrada -al menos que pueda ser contado en un blog-. Quizá lo más destacable haya sido el hecho de reencontrarme con diversos amigos a los que hacía mucho tiempo que no veía o leía. Uno de ellos, japonés, me estuvo relatando vía mail cómo había vivido el terrible terremoto ocurrido el pasado 11 de marzo. 
     Me contó que acababa de bajarse del metro de Tokio, y que, de repente, sintió el gran temblor. Pensó que el techo de la estación se iba a derrumbar sobre su cabeza, y se sintió “profundamente mal”, según sus propias palabras. Vio personas correr y personas tiradas en el suelo. Vio cómo las lámparas oscilaban, y al levantar la cabeza, observó ese mismo vaivén en rascacielos de considerable altura.  Me confesaba que era la primera vez que un terremoto la había provocado un malestar real. Trató de contactar con sus familiares a través de su teléfono móvil para conocer el alcance de lo ocurrido, pero le fue imposible, pues las las líneas, aunque operativas, estaban colapsadas. Intentó utilizar los teléfonos públicos, pero una larga y ordenada fila de personas hacía cola delante de cada uno de ellos. Trató de contactar con sus familiares vía sms, pero su Iphone se quedó sin batería. El metro no funcionaba, y los autobuses públicos estaban colapsados, así que tuvo que regresar andando a casa desde una considerable distancia. Por el camino, vió los efectos del terremoto en aceras y carreteras. Cuando por fin pudo llegar a casa, comprobó que su familia estaba bien y quedó tranquilo, no sin antes comprobar que su equipo de emergencia ante terremotos funcionaba correctamente.

     Todo lo que me contó me dió que pensar. Me imaginaba a mi mismo en una situación semejante, y creo que, incluso con el paso de los días, me resultaría imposible escribir sobre un momento tan peligroso desde un punto de vista emocionalmente tan neutro. Esto me hizo recordar algunas cosas que leí años atrás sobre las diferencias culturales entre los países orientales y occidentales en lo relativo a expresión de “dolor” y emociones diversas. 
Una de las principales diferencias, viene dada por la mentalidad colectivista que rige las sociedades orientales, y que otorga mayor importancia al grupo que a la individualidad de sus miembros. En un momento como éste, lo importante para los habitantes del país nipón no es el bienestar del individuo, sino del grupo. Si a eso le unimos su creencia de que las emociones negativas perjudican a las personas de su alrededor -pues transimiten energía negativa- tenemos como resultado una reacción emocionalmente escasa ante un suceso tan magno.

     ¿Significa esto que los japoneses no sienten dolor? Rotundamente no. De hecho actualmente no dejan de sufrir, pero lo expresan de una forma completamente privada. No veremos sus gritos ni sus llantos en televisión, pues la mentalidad japonesa considera que expresar esas emociones en público sobrecarga a las personas cercanas, pues le obliga a lidiar con el dolor propio y ajeno, asumiendo una doble carga. Esta forma de gestionar sentimientos, choca frontalmente con el modelo occidental de gestión de emociones en situaciones de crisis y catástrofes, en el cual la “ventilacion emocional” y el apoyo en los demás son dos de los pilares fundamentales de toda intervención. 
Esto me ha hecho preguntarme entonces sobre la prevalencia de procesos depresivos en la población japonesa con respecto a la europea. Tras buscar la información, he podido comprobar que en Japón se da un mayor número de casos de depresión que en nuestro continente, si bien en una proporción no suficientemente significativa como para achacarlo necesariamente a la diferente forma de afrontar duelos y catástrofes, y más si tenemos en cuenta el estresante estilo de vida de la sociedad japonesa a todos los niveles.
Por tanto, a día de hoy y en contra de lo que a priori pueda parecer, los estudios no han conseguido demostrar que el modelo emocional oriental sea disfuncional con respecto al europeo (y digo europeo y no occidental debido a que la gestión de emociones en países anglosajones tiene ciertas peculiaridades que bajo mi punto de vista la situarían en otro grupo aparte).
Creo que, en definitiva, el hecho de que expresar sentimientos sea o no sano lo marca la propia cultura. Para nosotros es bueno expresar emociones porque la sociedad no sólo nos permite hacerlo, sino que además espera que lo hagamos. Esto no ocurre en países asiáticos, pues como explicaba líneas arriba su cultura lo penaliza explícitamente.
     No sabemos si nuestro modelo es más adecuado o no, pero, por desgracia, quizá ahora tengamos una buena oportunidad para comprobarlo. Ánimo Japón.


martes, 15 de febrero de 2011

Las lentejas de Diógenes

Esta mañana, mientras estaba tranquilamente trabajando, ha llegado a mis manos un libro titulado “Déjame que te cuente”, de Jorge Bucay. Como tenía tiempo, he empezado a echarle un vistazo, y he encontrado una historia que me ha resultado interesante. Me gustaría compartirla con vosotros. Dice así:

«Un día, estaba Diógenes comiendo un plato de lentejas, sentado en el umbral de una casa cualquiera. No había ningún alimento en toda Atenas más barato que el guiso de lentejas.
Dicho de otra manera, comer guiso de lentejas significaba que te encontrabas en una situación de máxima precariedad.
Pasó un ministro del emperador y le dijo "¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso y a adular un poco más al emperador, no tendrías que comer tantas lentejas".
Diógenes dejó de comer, levantó la vista, y mirando al acaudalado interlocutor intensamente, contestó:
"Ay de ti, hermano. Si aprendieras a comer un poco de lentejas, no tendrías que ser sumiso y adular tanto al emperador"»
Espero que, al igual que a mí, os haya gustado.

martes, 8 de febrero de 2011

La lección de Marquitos




Cada uno de nosotros, alguna vez, hemos pensado que la vida no nos trata todo lo justamente que merecemos. Nos sentimos desilusionados con lo que recibimos por parte de la sociedad en la que estamos instalados, y tendemos a compararnos constantemente con lo que podríamos definir como “nuestros modelos de felicidad”. Esos modelos, idealizados, tienen aquella o aquellas cosas que nos encantaría obtener o poder sentir. ¿Por qué ellos pueden tener todo eso y yo no? -pensamos-, y nos dejamos inundar por una manifiesta sensación de malestar, sin tan siquiera levantar la vista de nuestro propio ombligo. No percibimos lo pernicioso de esas comparaciones, sesgadas hasta la náusea, con las que sólo pretendemos darnos lástima a nosotros mismos. Yo fui, otrora, asiduo de esas comparaciones, en las que consideraba el mundo y la vida cual escenarios regidos por una justicia universal. Si yo actuaba bien, ¿por qué no recibía una vida plenamente feliz? Porque mi visión del mundo era una absoluta patraña. 
Descubrí que el mundo es hostil, duro, áspero como el papel de lija. Y sin embargo, siempre hay ejemplos que te hacen replantearte tu escala de valores, y te enseñan que lo que tú consideras injusto quizá no lo sea tanto. Os contaré un caso cercano.

     Marquitos, de doce años de edad, nació a los siete meses de gestación porque su madre, de diez y siete años, era consumidora de drogas desde los doce. El pobre se acostumbró a las contínuas dosis de heroína que recibía por su cordón umbilical y llegó al mundo con síndromé de abstinencia. Tras pasar más de un mes en la incubadora debido a su inmadurez, fue entregado a su madre, que se encontraba en pleno tratamiento de desintoxicación. A día de hoy, todavía espera noticias de su padre. Cinco meses despúes de su salida del hospital infantil para reencontrarse con su madre, tuvo que ser llevado a un centro tutelado tras no recibir el cuidado que todo niño necesita. Allí estuvo hasta los dos años y medio, momento en que unos familiares decidieron hacerse cargo de él. Y así pasaron los años, y Marquitos se fue criando mientras veía cómo su madre se destrozaba día a día y  gramo a gramo. Y no sólo eso, vio como en ningún momento se interesó por él. Poco a poco, el pequeño Marcos fue experimentando el resultado de la falta de límites y cuidados que había marcado su corta vida. Comenzó a tener problemas de conducta, con múltiples peleas, robos e incluso un intento de ahogamiento y acuchillamiento. Por aquel entonces, con 8 años, Marquitos se enteró de que su madre, en pleno “mono” de heroína, había muerto atropellada por un camión en un camino de tierra de uno de los principales poblados marginales de la ciudad.

     Y al final se llegó a un punto en que Marquitos era ingobernable y tuvo que volver a ser internado en varios centros para chicos con problemas graves de conducta. Y allí le conocí yo, y allí le veo cada día. Él sabe que siempre voy a estar a su lado, para darle el cariño que necesita, pero también para ser firme y duro y poner límites a su violencia. Y lo agradece a su manera. Nunca reconocerá que le importo, pero cada mañana nada más levantarse viene buscando un abrazo que le haga sentir un niño más por un momento. Sufre lo indecible, pero nunca le he visto llorar, nunca le he visto quejarse y nunca le he visto maldecir el infierno que le ha tocado vivir.
     Se que para cada uno su vida es lo único que cuenta, incluído para mí. Pero, ¿cómo le cuento yo a Marquitos que no estoy contento con la vida que llevo? Simplemente no puedo.

domingo, 6 de febrero de 2011

Cuenta atrás hacia el odio

Vengo observando con gran atención todo lo relacionado con la revuelta aperturista de Egipto, con la ciudad de El Cairo y la Plaza Tahrir como bastiones fundamentales. Tras unos primeros días de concentraciones pacíficas, el “Presidente” Hosni Mubarak decidió poner fin a esa tensa calma lanzando a sus grupos de matones, camuflados de manifestantes. La violencia se apoderó de cada rincón y comenzamos a ver escenas escalofriantes: disparos contra la multitud, jinetes con látigos y cadenas, linchamientos brutales y un sinfín de comportamientos imposibles de justificar desde el punto de vista racional. Llegados a ese momento, siempre se escuchan desde la prensa voces desconsoladas que se preguntan cómo el ser humano puede llegar a comportamientos como éstos.
Por desgracia, la respuesta no es -a priori- tan complicada. El sustrato de estas conductas lo compone nuestra propia evolución filogenética. Aunque a todos nos encantaría pensar que el hombre es un ser bueno por naturaleza, lo cierto es que no es así. Es más, estamos biológica y culturalmente preparados para ser violentos y alentar el mal. No hay más que dar un breve repaso a la Historia Universal para corroborar este hecho. En ese sentido, tenemos constancia de que el ser humano es capaz de utilizar la violencia de diversas formas, entre las que se podrían distinguir principalmente tres: ataques contra indivíduos aislados, contra pequeños grupos y de forma masiva. Esta última es la forma de proceder que ha sido empleada en Egipto, y es sin duda la más peligrosa. 

   Podemos definir la violencia masiva como aquella que se produce de manera sistemática contra un determinado grupo de individuos. Suele tomar, por tanto, la forma de un ataque generalizado hacia un colectivo social en concreto, que en el caso de Egipto ha sido el de los detractores de Mubarak. Una posible explicación de esta violencia masiva es un concepto poco estudiado pero muy importante: el odio. Charles Darwin defínió el odio como una emoción producida por el desagrado hacia una persona que nos ha producido un daño intencionado. Otros, señalan que el odio se caracteriza más por la visión que se tiene del causante del daño, al que se considera un ser maligno contra el que hay que actuar y al que se tiene que hacer sufrir.  
   Aunque por el momento lo ocurrido en Egipto se explique mejor en base al intento de Mubarak de recuperar el poder perdido, no debemos perder de vista la variable odio como factor modulador de la evolución temporal del conflicto. En la medida en que este último se prolongue en el tiempo, el odio cobrará cada vez una mayor importancia relativa, hasta convertirse en el aspecto explicativo fundamental de los acontecimientos futuros.
Por tanto, ante la falta de un consenso interior, es importante un posicionamiento internacional que ayude a facilitar una salida rápida y exitosa del conflicto actual, antes de que el odio acumulado genere dos bandos revanchistas dispuestos a causar daño a la otra parte en cuanto surja la mínima oportunidad. No debemos olvidar que en todas las sociedades existe siempre una minoría dispuesta a actuar violentamente. Esas minorías sólo necesitan la ración de odio suficiente para obtener una legitimación psicológica de la irracionalidad de sus actos. El tiempo corre, ¿seremos lo suficientemente rápidos para evitar la victoria del odio?